Por increíble que parezca, con una vida de andares en usanza de la lógica y buscando la razón, así como en rechazo todo dogma que no se presentara sustentado en evidencia real y empírica, en ese momento no podía negar lo que mis ojos observaban: era Yo.
¿Cómo pudo pasar? ¿Cual era el misterio que rodeaba tan asombrosa experiencia sensorial? ¿podía estar mi percepción afectada por mi entorno o por procesos bioquímicos en mi interior? Hice lo que mi instinto pedía, y le dije a ese ser en voz baja lo que yo sabía que debía decir:
- "...
era miércoles..."
De inmediato, ese ente, ese otro yo que tenía enfrente, giró su cara bruscamente, pero sin sorpresa, como si hubiera estado buscándome, como si hubiera estado esperándome. Mis palabras le brindaban un mensaje y un significado que era solo mío, y por tanto, de él. Se veía igual que yo, y a juzgar por su rostro, bien podía ser un par de años más viejo. Sus ademanes y su forma de mirarme me decían que podía entenderme y leerme como un libro abierto, y en el acto quedé petrificado, como si por vez primera hubiera encontrado en el mundo a alguien a quien no pudiera esconderle mis más íntimos secretos, mis más anhelados sueños, mis más negros pensamientos. Sentí un miedo tremendo.
Con su rostro y su sonrisa, me mostró que me entendía, y reaccionó a mi pensamiento con la rapidez de un rayo, me miró como yo lo hago cuando quiero darle afecto a un amigo que me pide mi consejo, sin tener ni un parpadeo, y me calmó con su mirada, que entendí como la mía, aunque no me lo explicaba.
Lentamente, mis neuronas descifraron que sin yo saber la causa, comprendía la consecuencia, pues ese alguien, como fuese, me conocía por quien yo era, entendía lo que pensaba, por que él ya lo había vivido, y se encontraba en ese circulo infinito de constantes ocasiones en que se veía a si mismo, en ese pasado intranquilo, en su búsqueda incesante, en mi soledad tan fría, en nuestra vida vacía.
Nunca más en la existencia podrá un hombre aventurarse a describir de forma exacta un encuentro tan extraño, donde aun más que sus razones, me importaba una pregunta, una que me consumía, una que, al formularla requería que hiciera acopio de toda mi valentía, y de toda mi osadía, pero a hablar no me atrevía..
Lo importante de encontrarte caminando por un parque y conocer a tu conciencia proviniente de un futuro que aun no es tuyo, consistia en la bendición que constituye la capacidad implícita de no buscar en vano, de evitarte los caminos, para preguntar lo incierto, y de ahorrarte la molestia de forjarte tu destino. Como era de esperarse, mi otro yo ya lo entendía, y podría decirse que él sabía lo que pensaba, no porque me conocía, sino porque simplemente recordó lo que vivía. No resultó necesario el explicarle qué quería con mayor deseo en la vida, solamente se acercó y con un susurro que me devoró hasta el alma y con la seguridad de un hombre que conoce lo que quiere porque ya lo ha conseguido, se permitió regalarme en sus palabras, con voz firme y cariñosa, acariciando mi nuca de una forma paternal y cargado de simpatía, la respuesta a la pregunta que ambos sabíamos que tenía, esa que estuve buscando en lo profundo de mi alma, a lo largo de mi vida, usándola para evaluarles, imaginándolas sin rostro, buscándola noche y día. Al fin en ese momento, y en esa edad de mis días, la pregunta tenía vida, tenia cara, tenía cuerpo, y tenía una sonrisa, tenía pelo, tenia ojos, tenia flores amarillas en un fondo verde oliva, y todo ello no la hacía más sencilla de aceptar, ni menos definitiva.
Mi respuesta fue tan buena que me emocionó hasta el hueso; era algo que ya veía y que aceptar yo no quería, sobre lo que pretendía tener cautela cuando ser libre debía, eso que yo ya sabía y que mis miedos no dejaban que disfrutara, solo por cobardía.
El encuentro se cerró con tres palabras que sellaron una etapa, y toda una problemática que tal vez no existía, que en mi mente siempre usaba para no comprometerme, en un animo de protección insana y de cautela innecesaria, por lo que me liberó al instante y entendí que ya sabía lo que el corazón deseaba, y ese hombre del futuro que tal vez yo imaginaba, no me dio respuesta alguna, pues fui yo el que aconsejaba, y fui yo quien despertaba, como siempre lo había hecho, aunque al fin fue diferente, era como lo deseaba, como me lo merecía; como lo necesitaba:
- "...Ámate.
...Y ámala".
C.U.M.B.