martes, mayo 15, 2012

Sacrificios

Recuerdo todavía esa descarga emocional tan fuerte que sentí la primera vez que vi una de las adaptaciones cinematográficas de la obra de Edmond Rostand sobre el célebre Hercule-Savinien de Cyrano de Bergerac, mejor conocido por todos nosotros como Cyrano de Bergerac. 

La versión que vi fue aquella del actor Gérard Depardieu, y debo decir que la vi sin saber de qué se trataba, pues siempre había pensado que era muy aburrida. 

Oh error. 

Allí estaba, encerrado en mi cuarto en 2007, durante mi viaje de intercambio en el D.F., sin haberme bañado en dos días, solo como un perro, meditabundo y ermitaño, cuando no pude por primera vez en mi vida contener el llanto torrencial que esa estampida de sentimientos me producía, sin poderle regalar un por qué. No bastó mi orgullo infantil que me decía un hombre no debía llorar por algo así, y lo hacía incluso consciente de que no podía definir qué parte de la película me causaba tan horrendo y hermoso sentimiento. Llore creo que por más de media hora, y mientras lloraba me reía como un loco. 

Era una verdadera tragedia, sólo digna de apreciarse cuando te colocas en un plano impersonal y te das cuenta de cómo ciertas personas viven para honrar su código de honor, contando además con la inteligencia suficiente para saber que la vida es mucho más que supersticiones, religiones, dogmas y convencionalismos sociales, es decir, sin estár encerrados en algun fanatismo que los justifique. Cyrano era especial. No sólo honró la memoria del triste christhian, sino que no se permitió nunca ser feliz a costa tal vez de la posibilidad de entristecer a quien amaba, Roxanne, si le quitaba el bello recuerdo de un poeta hermoso que nunca existió. 

No sería suficiente ninguna de mis palabras para hacer honor verdadero a esa historia, su significado ni su hermosura, pero me place recomendarla ampliamente, incluso a la versión de José Ferrer, también muy buena. 

En cierta ocasión intenté que uno de mis mejores amigos la viera, y no pude comprender por qué la odió tanto. Para él, el sacrificio de cyrano no obedecía a ningún fin práctico, y le había sólo ocasionado no ser feliz en ese único y diminuto espacio dentro del infinito que llamamos vida, que sólo se nos concede una vez, y que de ahí toma su importancia. Era un insulto que lo llenó de frustración y hasta enojo, y yo veía atónito cómo mis creencias y gustos más elementales eran derribados sin una segunda oportunidad. 

Ese episodio de mi vida me hizo reflexionar sobre la relevancia o trascendencia de ser feliz, cuando existen otros valores que pueden ser más importantes para las personas. Sobre el sacrificio y su validez, aun a costa de la felicidad. Para cyrano, su honor, aunque definido por él mismo y su código propio de ética, era más importante que su propia felicidad. En consecuencia, para mi amigo, cyrano arruinó su vida él mismo, y merecía la tragedia. 

Yo no puedo evitar seguir pensando que esa tragedia sigue siendo hermosa. Cruel, y hermosa a la vez. 

Y me pregunto...

¿Hasta cuándo vale la pena un sacrificio hecho por el ser humano? 









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